Los gatos son acróbatas natos, diseñados para moverse, observar y controlar el espacio. Caminan tranquilamente por salientes estrechos, saltan por encima de armarios o tejados, mirando hacia abajo como si pudieran controlarlo todo. ¿De dónde procede esta confianza y qué les ayuda a sentirse seguros donde otros animales tienen miedo?
La anatomía natural y el fenómeno del equilibrio
Todo empieza con la particular estructura del cuerpo. Los gatos tienen una columna vertebral extremadamente flexible, articulaciones elásticas y músculos potentes que les permiten girar fácilmente en el aire y mantener el equilibrio incluso en las superficies más estrechas.
Su aparato vestibular es uno de los más perfectos de la naturaleza. Determina instantáneamente la posición del cuerpo en el espacio, de modo que el gato siempre sabe dónde está arriba y dónde está abajo. Esto es lo que le permite realizar el famoso «giro en el aire» y caer de pie incluso después de una caída. Las almohadillas blandas de las patas actúan como amortiguadores naturales, y los músculos de las extremidades posteriores distribuyen la carga, reduciendo la fuerza del impacto.
Esto no es sólo instinto, sino el resultado de siglos de evolución (o más bien el diseño del Creador), que ha formado el equilibrio perfecto entre flexibilidad, agilidad y sentido del espacio.
Instinto de caza y amor por el control
No es que a los gatos les gusten las alturas: las necesitan.
En la naturaleza, los miembros de la familia de los felinos cazan desde emboscadas, y la altura les permite ver el territorio, detectar a sus presas y permanecer sigilosos. Este instinto perdura en los animales domésticos: de pie sobre un armario o el alféizar de una ventana, el gato observa todo lo que le rodea, sintiéndose dueño de la situación.
Para ella, la altura es a la vez seguridad y poder. Puede descansar tranquilamente, sabiendo que nadie interferirá, y al mismo tiempo conservar el pleno control de su territorio. Por eso los gatos eligen tan a menudo lugares «altos» para dormir o vigilar. No es ninguna broma, sino un profundo instinto natural.
La ilusión de la intrepidez y el peligro oculto
Parece que los gatos no tienen miedo a las alturas, pero no es del todo cierto. No evalúan los riesgos con la mente, sino que confían totalmente en su cuerpo. Su instinto es perfecto, pero no ilimitado. Un movimiento desafortunado, una ráfaga de viento o el intento de atrapar un insecto pueden ser fatales.
Como saben los veterinarios, caer desde una altura baja suele ser más peligroso que caer desde una altura elevada. En una distancia corta, el gato simplemente no tiene tiempo de darse la vuelta en el aire, mientras que a mayor altura, el cuerpo se extiende y la caída se ralentiza por el frenado aerodinámico.
Así pues, el valor de un gato no es la ausencia de miedo, sino la creencia en su propia perfección corporal. Pero esta confianza a veces puede jugarles una mala pasada.
Cómo asegurar las alturas
Puesto que el deseo de alturas es natural, la tarea del propietario es crear condiciones en las que no se vuelva peligroso.
En los pisos, deben instalarse redes protectoras en ventanas y balcones para evitar caídas accidentales. Los gatos pueden disponer de estanterías altas, torres para gatos, escaleras o rascadores para satisfacer sus instintos. Si todo se hace correctamente, el animal se sentirá libre pero seguro.
Y sobre todo, aunque el gato se haya caído y parezca ileso, merece la pena llevarlo al veterinario: las lesiones internas suelen pasar desapercibidas al principio.
Conclusión
Los gatos no tienen miedo a las alturas porque han nacido para ello. Su flexibilidad, su equilibrio perfecto y su instinto natural para dominar el espacio hacen de ellos los verdaderos amos del mundo vertical. Pero ni siquiera el cuerpo más perfecto protege contra los accidentes. Por eso el verdadero cuidado de las mascotas no es sólo amor, sino también seguridad sensata, incluso allí donde parecen no tener miedo.


